El brillante hombre moderno, con toda su tecnología nuclear y sus viajes interplanetarios, desde el punto de vista evolutivo y de su dotación genética, es el mismo de las cavernas. Ese hombre moderno surgió hace apenas unos 200 000 años y desde entonces no ha presentado cambios evolutivos apreciables. Suena absurdo y chocante, pero todo apunta a que es cierto.
La evolución en términos genéticos marcha a ritmo cósmico, un ritmo tan desesperadamente lento para nuestro cronómetro individual, que no tenemos como percibirla.
Las primeras formas de vida, es decir, algunas proteínas, se estima que aparecieron sobre la tierra hace unos 4 000 millones de años. Los primeros mamíferos que se irguieron, lo hicieron hace 6 millones de años. Según los hallazgos hechos en el fósil de Autralopitecus Afarensis de 3,3 millones de antigüedad conocido como «La hija de Lucy» (sobre el que hablé en el artículo que me clonó el diario boliviano OPINIÓN), estos antepasados nuestros parece que ya presentaban un rudimentario aparato fonatorio. Hace apenas medio millón de años un antepasado nuestro más cercano, el Homo Erectus descubrió el fuego.
Lo que ha evolucionado a nuestro ritmo de Homo Sapiens son básicamente la cultura, el volumen y la calidad de la información y las extensiones de nuestras manos y nuestros sentidos, representados en la tecnología.
Desde este punto de vista, me atrevería a decir que el hombre moderno es un ser que está desadaptado para este hábitat que él mismo y sus antecesores han construido; entonces, las instrucciones y la dotación genética a veces no se corresponden con las necesidades ni con los hechos reales.
Basta con mirarnos a nosotros mismos y recordar las reacciones de que somos capaces cuando un carro se nos pasa en una hilera, cuando alguien nos quita el puesto en un parqueadero o en una fila; lo que sentimos cuando estamos apresados entre una multitud o en un ascensor y algún desconocido nos roza o se nos pega demasiado. Sobretodo en esta última situación somos especialmente vulnerables y tendemos a actuar irracionalmente ante una eventual amenaza.
Antonio Vélez, en su libro “Homo Sapiens” (Villegas editores, Colección ‘Divulgación científica’, septiembre 2006, que todavía no figura en la página oficial de la editorial), afirma: “lo que fue biológicamente bueno para la especie o el individuo en épocas pasadas, no necesariamente sigue siéndolo ahora, cuando las condiciones del nicho han variado en forma tan sustancial. Recordemos que el hombre moderno tiene alrededor de 200 000 años de haber aparecido en África, y que 95% de ese tiempo lo vivió en pequeñas comunidades integradas por parientes cercanos, sin ninguna tecnología y en medio de una cultura menesterosa”.
Es probable que si no nos extinguimos por cuenta de nuestras propias acciones y el nicho se mantiene estable a lo largo de otros miles de años, como resultado de la selección natural nuestros descendientes se vayan adaptando al actual nicho ecológico y se extingan los más violentos y surja un ser más tolerante, legítimamente pacífico y “civilizado”, con un comportamiento más acorde con la demanda de la vida en las ciudades.
El ser humano tiende a actuar irracionalmente o en masa en circunstancias cuando desde su cerebro más primitivo siente que está en riesgo su la supervivencia. Y ese comportamiento, que al parecer tiene raíces genéticas, fue muy útil para nuestros antepasados cuando éstos habitaban en comunidades pequeñas y les servía ya fuera para conquistar a las hembras de su entorno, para proteger a su prole y para protegerse a sí mismos de los grandes depredadores, para llevar a cabo sus jornadas de cacería, para defender sus territorios o para conquistar otros nuevos.
Algunas especies, entre las que nos incluimos los humanos, tenemos un repertorio de señales de apaciguamiento cuando se producen las luchas cuerpo a cuerpo, como son los gestos de dolor, los quejidos y la presencia de sangre. Son claras señales de apaciguamiento que en circunstancias normales bajan los niveles de agresividad del agresor o del ganador de la contienda. También cabe el menos honroso recurso de la huida.
Un elemento que cambió las reglas del juego en el proceso evolutivo para la especie humana fue el uso de las herramientas de largo alcance. ¿Por qué?
(Mañana sigo con la segunda y última parte)