(Esta entrada la publiqué el pasado 9 de agosto en mi blog llamado: markota.bitacoras.com)
Somos mestizos con sueños de pureza racial. Discriminadores no confesos de las minorías étnicas, como si fueran seres inferiores. El lenguaje cotidiano así lo delata fácilmente.
«Ese tipo es un ‘indio’ insoportable» o «vámonos de aquí que esto está lleno de negros», son algunas de las expresiones que he oído recientemente, para poner en evidencia esa forma soterrada de racismo que se manifiesta a través del lenguaje.
Las palabras dejan entrever una realidad que no se nombra, pero que existe. Colombia es un país rezagado en el proceso de hibridación que se vive en muchos países del mundo. Pertenezco a una comunidad mestiza, con sangre indígena y afrodescendiente, con algunas gotas de sangre de inmigrantes que llegaron hace ya muchas generaciones, pero la mezcla llega hasta ahí. Aquí, según el DANE, actualmente la población colombiana inmigrante representa solo el 0,3% de la población total.
A pesar de ésto, en esta cultura es bastante común el anhelo de mezclarse con los que tienen pinta de «blancos» locales; hay un racismo que no se menciona, pero que se manifiesta de forma clara en la posición jerárquica que ocupan las minorías étnicas, dentro de la economía y la sociedad en general.