Sumergida en El Subterráneo

Hay personas que marcan tu vida y jamás llegan a enterarse de que lo hicieron. En mi vida, Francisco Espinal, conocido como «Pacholo», fue una de ésas.

Fueron muchas las tardes y las noches en las que desde los últimos años de mi adolescencia, programación en mano, me fui para «El Subterráneo» a ver, una por una, las películas que formaban el listado del mes. El placer que sentía sentada viendo las cintas que Pacholo había escogido (dentro de sus posibilidades) fue uno de los factores que influyeron de manera definitiva a la hora de escoger mi profesión.

No siempre eran películas impecables, lo recuerdo. El encargado de la proyección, José Román Ramos, cada noche las privaba de unos cuantos fotogramas, porque no había noche en la que no tuviera que remendarlas mientras el público esperaba pacientemente.

Sin fronteras, una degustación de cine no comercial

Solo vi unas pocas películas, que me encantaron. Podría pensar que para qué hablar de lo que ya pasó si ya es tarde para contagiar a otros del gusto que me produjeron las películas que alcancé a ver en el festival de cine SINFRONTERAS, que acaba de concluir en Medellín. Pero quiero hablar de ello, con la esperanza de que tal vez algún día yo pueda volver a verlas y de que quienes lean este post corran a verlas si tienen la oportunidad en un futuro.

Adios a Robert Altman

A la media noche de este 20 de noviembre murió el director norteamericano Robert Altman, quien dirigió películas inolvidables como «Nashville» (1975) y «M.A.S.H.» (1970). Esta última cinta, se convertiría después en la exitosa serie de televisión, producida por la CBS (1972-1983), con el mismo nombre, pero con otro director. Valga decir que el último capítulo de la serie tuvo unos niveles de audiencia tan elevados que todavía no han logrado ser superados por otro programa del mismo género.

Altman dejó la carajadita de 87 películas como director, 38 como productor, 38 como guionista y otros etcéteras.

‘Las tortugas también vuelan’

Anoche tuve la fortuna de ver ‘Lakposhtha hâm parvaz mikonand’, (Las tortugas también vuelan), del director iraní Bahman Ghobadi. Esta película, que yo ubicaría dentro del llamado Tercer Cinema, se desarrolla en la frontera entre Irán y Turquía en los días en que Estados Unidos invade a Irak, en 2003.

Es una película hecha con actores naturales, todos niños, que viven en un campamento de refugiados, que padecen en medio del conflicto armado y sin embargo no saben nada de él. Está cargada de un raro contraste entre poesía e ironía, extractado de una situación límite en la lucha por la supervivencia. Uno de sus protagonistas, llamado ‘Satélite’, que sabe balbucear algunas palabras en inglés, ostenta el poder de la información. Es un adolescente tirano, con responsabilidades de adulto, convertido en líder por los otros, que saben menos que él.

Los niños y los escasos adultos de la historia, aislados por el idioma, que no es el mismo de los noticieros, todo el tiempo están ansiosos por saber cuándo es que va a empezar la guerra, y sobreviven desenterrando ‘tortugas’, que es como ellos llaman a las minas quiebrapatas. ‘Las tortugas también vuelan’ me evoca a la novela «El señor de las moscas», de William Golding, a las películas de Víctor Gaviria y al Fernando Meirelles y Katia Lund de ‘Ciudad de Dios’ (Cidade de Deus), que tiene lugar en las favelas de Río de Janeiro.

«El piano», inolvidable

Esta película, dirigida por Jane Campion y protagonizada por Holly Hunter, Harvey Keitel, Sam Neill y Anna Paquin, con música de Michael Nyman, me mueve fibras profundas, cada vez que la veo.

Su nacionalidad la comparten Australia, Francia y Nueva Zelanda. (1993). Ganó dos galardones en el Festival de Cannes y tres Óscares, entre un total de 52 premios y 26 nominaciones más.

Está cargada de metáforas y simbolismos.

La intuición, según David Lynch

Hay en el lenguaje no verbal una serie de mensajes claros, pero sutiles, que cuentan la verdadera verdad de lo que alberga el alma de cualquier ser humano. Un cambio insignificante en el tamaño de la pupila, un gesto involuntario en los pies, un repentino cruzarse de brazos, etc., son pistas certeras de lo que yo podría ver si quisiera, pero que a veces dejo pasar desapercibidas. Son señales claras que leo desde lo más profundo de mi instinto y corroboro con la conciencia.

Con el trascurrir de la des-educación que recibí a lo largo de mi vida, progresivamente yo había ido dejando de confiar en estas señales. Luego, con la des-des-educación, he ido recuperando de nuevo la confianza en lo que ellas tienen para contarme.

Estoy hablando de la intuición, una capacidad propia del ser humano en la que son diestros los que tienen un buen cociente de inteligencia emocional.

El director de cine David Lynch la definió bellamente en una entrevista que publicó el diario El país de España, con motivo del premio León de oro honorífico que el Festival de Venecia le otorgó a Lynch el pasado 6 de septiembre.

En la entrevista, realizada por la periodista Daniela Creamer, este director norteamericano afirma que la intuición:

«… es la integración del intelecto y la emoción, del pensamiento y los sentimientos. Cuando estas dos facultades se fusionan, llegamos a comprender lo que antes nos parecía incomprensible«.

El autor de Corazón salvaje, quien presentó en el Festival de Venecia su última película, Inland Empire, que fue grabada en formato digital, dijo poéticamente otra cosa que me encantó: «Tengo siempre la impresión de que un filme existe antes de ser hecho. Sólo debemos juntar las piezas, los rostros, las palabras, los sonidos. Es un proceso mágico. Y así también sucede en la realidad. Aunque, para mí la comprensión es una abstracción que proviene de la intuición».