Archive for the 'Poemario ajeno' Category

«Ladrillos de la belleza»

Este poema, así como la reseña sobre el autor que aparece en el pie de este post, lo recibí de la revista y cultura en la red llamada Enfocarte.com, a la cual estoy suscrita:

Ladrillos de la belleza
Manuel Graña Etcheverry*

Dentro de tu cabeza,
que tiene pocos centímetros de diámetro,
cabe un megaparsec,
o sea más de tres millones de años luz,
y algo más de doscientos mil siriómetros
(y no importa que me haya equivocado
en las cuentas).
Tú puedes fraccionar esa distancia
en kilómetros, en metros, y hasta en micromicrones.
Puedes reducir todas las cosas
a porciones minúsculas:
los cuerpos a moléculas,
y a átomos,
y escandir más allá, hasta mínimas nadas.
También puedes fraccionar los volúmenes
y expresarlos con números y exponentes.
Puedes desmenuzar
el ritmo de una melodía,
o de un verso,
y reducirlos a esas partes componentes
cuya sucesión te produce
aquella necesidad de retorno de que hablan los tratadistas.

Pero dime, tú que buscas los gránulos mínimos,
los componentes básicos,
los menudos ladrillos invisibles
de las cosas,
dime cuál es la menor partícula,
cuál es aquel ingrediente
primigenio e infracelular
que sumado a otro
y a un puñado de iguales -o distintos-
hace resplandecer de pronto la belleza
en la forma de un rostro,
de un cuadro o de una estatua
o de un poco de tinta en un papel.
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Descubrí a Gioconda Belli y me emocionó

Por sugerencia de mi jefa y amiga, AnaBeChe, busqué y descubrí en internet a la poeta nicaragüense Gioconda Belli.

Belli, quien también es novelista, nació en Managua en 1948. A sus 30 años ganó el premio de poesía «Casa de las Américas», en Cuba, por su libro «Línea de fuego». En 1988, cuando tenía 40 años, publicó su primera novela, «La mujer habitada», que ha sido traducida a 11 idiomas.

Me gustó mucho lo poco que he leído de su poesía, así que me lanzaré a la calle a buscar sus libros impresos.

Aquí reproduzco uno de sus poemas:

Cómo pesa el amor

Noche cerrada
ciega en el tiempo
verde como luna
apenas clara entre las luciérnagas.

Sigo la huella de mis pasos,
el doloroso retorno a la sonrisa,
me invento en la cumbre adivinada
entre árboles retorcidos.

Sé que algún día
se alzarán de nuevo
las yemas recién nacidas
de mi rojo corazón,
entonces, quizás,
oirás mi voz enceguecedora
como el canto de las sirenas;
te darás cuenta
de la soledad;
juntarás mi arcilla,
el lodo que te ofrecí,
entonces tal vez sabrás
cómo pesa el amor
endurecido. Seguir leyendo ‘Descubrí a Gioconda Belli y me emocionó’

El riesgo de callar los «te quiero»

Es verdad que cada acto rutinario, en algún momento y sin excepción, ocurre por última vez. Una mañana abriré los ojos por última vez.

En diferentes momentos de mi existencia abrazaré por última vez o le diré «te quiero» o hasta luego a cada uno de los seres que amo, sin saber que es la última, o a todos porque seré yo quien para siempre cierre los ojos en la bruma oscura de la muerte.

Cuando pienso en esto me estremezco y caigo en la cuenta del riesgo de azar que corro al callar los te quiero y al aplazar los abrazos, para yo no sé cuándo, sin saber cuándo caerá la última hoja de mi calendario.

Borges lo expresa en este poema:

Los límites

«De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a Quien prefija onmipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oir un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me dejan».

Jorge Luis Borges

Sé que tal vez me estoy repitiendo, pero lo que acaba de ocurrir con el hijo de mi amiga me induce a re-reflexionar sobre el milagro y la provisionalidad de estar viva.

Arco Cuadrifronte de Jano

Como si fuera eterna

A veces siento que camino por la vida como si fuera eterna. Tiendo a hacer planes para realizar en un futuro y aplazo cosas que podría hacer hoy.

Recuerdo que hace unos tres años alguna vez me encontré con un amigo, Joffre, que había sido crítico literario del periódico El Mundo, de Medellín. Unos días antes yo, poeta clandestina, le había entregado unos pocos poemas, para que me hiciera una crítica descarnada. Entonces, me dijo: -«Marta, hablemos mañana, para entregarte un comentario por escrito». Ese día nunca llegó, porque mi amigo murió esa noche.

Hago esta reflexión a partir de un poema de Fabián Casas, poeta argentino, nacido en Buenos Aires, que encontré en Enfocarte y que aquí reproduzco textualmente:

«Sin llaves y a oscuras

«Era uno de esos días en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.

«Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano».

Fabián Casas

Aunque a veces lo olvido, intento vivir cada día en tiempo presente. Pocas grandes cosas ocurren en el trasegar por la existencia de los mortales del montón. El éxito permanente se convierte en algo rutinario para el que es exitoso, la enfermedad en una constante para el enfermo, la incertidumbre para el que es incierto, en fin, el peligro para el que le gusta el riesgo.

El futuro es una ilusión impredecible. No vaya a ser que la parca me sorprenda con la lista de planes escrita juiciosamente en una hojita pegada en la puerta de la nevera.

«Pocas cosas como el universo»

(Esta entrada la publiqué en mi blog markota.bitacoras.com, el pasado 25 de abril)

Ese aforismo de Augusto Monterroso, que aparece en su novela «Lo demás es silencio», siempre me ha hecho reir con ganas.

También me recuerda, en su sarcástico absurdo, que la realidad es lo suficientemente mágica como para tener que recurrir a la búsqueda de milagros, apariciones, adivinaciones y curaciones milagrosas, por mencionar algunos asuntos.
Mi mente limitada no acaba de comprender el concepto de universo, ni siquiera lo que alcanzan a percibir mis sentidos. El universo tiene poesía, precisión matemática, milagros, hechos concretos que parecen imposibles y que, como a veces ocurren discretamente en la vida cotidiana, los doy por descontados y no los veo en su justa dimensión.

Hay un poema de Walt Whitman que me encanta y que encontré en Tu Remanso, llamado «Una hoja de hierba», en el que el poeta expresa su asombro ante las obras maestras del universo.

Una hoja de hierba

Creo que una hoja de hierba, no es menos
que el día de trabajo de las estrellas,
y que una hormiga es perfecta,
y un grano de arena,
y el huevo del régulo,
son igualmente perfectos,
y que la rana es una obra maestra,
digna de los señalados,
y que la zarzamora podría adornar,
los salones del paraíso,
y que la articulación más pequeña de mi mano,
avergüenza a las máquinas,
y que la vaca que pasta, con su cabeza gacha,
supera todas las estatuas,
y que un ratón es milagro suficiente,
como para hacer dudar,
a seis trillones de infieles.

Descubro que en mí,
se incorporaron, el gneiss y el carbón,
el musgo de largos filamentos, frutas, granos y raíces.
Que estoy estucado totalmente
con los cuadrúpedos y los pájaros,
que hubo motivos para lo que he dejado allá lejos
y que puedo hacerlo volver atrás,
y hacia mí, cuando quiera.
Es vano acelerar la vergüenza,
es vano que las plutónicas rocas,
me envíen su calor al acercarme,
es vano que el mastodonte se retrase,
y se oculte detrás del polvo de sus huesos,
es vano que se alejen los objetos muchas leguas
y asuman formas multitudinales,
es vano que el océano esculpa calaveras
y se oculten en ellas los monstruos marinos,
es vano que el aguilucho
use de morada el cielo,
es vano que la serpiente se deslice
entre lianas y troncos,
es vano que el reno huya
refugiándose en lo recóndito del bosque,
es vano que las morsas se dirijan al norte
al Labrador.
Yo les sigo velozmente, yo asciendo hasta el nido
en la fisura del peñasco.

Walt Whitman


Un punto de vista muy personal

Este es el blog de Marta Restrepo. En él se expresan todas las Martas que me habitan: la racional, la emocional y todas sus subdivisiones.

Algo sobre mí

Entrevista en equinoXio, en la columna de Lully: "Al desnudo en mi balcón".

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