Las tijeras, perezosas, reposan contra el dintel del portalápices de vinilo transparente. Una resma de papel me mira fija y busca mis pupilas. Una hilera densa de palabras crudas se me agolpan aquí dentro; no están listas todavía.
Apago el computador y deslizo hacia atrás la silla de rodachines; me levanto. El paño gris cobalto de la silla en reposo en ausencia mía se aprieta contra la madera tibia del escritorio. Mis objetos hibernan somnolientos, me esperan confiados.
La luz en gradientes tenues se diluye en retirada y el mundo imperceptible vira de polícromo a inconscientes grises. La bruma en mi ventana se aletarga y todo parece entrar en pausa.