Emmanuel, un símbolo de los horrores de la guerra

Me veo obligada a pasar de hablar sobre maravillas a hablar sobre horrores, porque Colombia es un país donde conviven lo hermoso y lo horroroso. Desde aquí quiero unirme a la convocatoria para el flashmob por la liberación de Emmanuel.

Alguien en Colombia, no sé exactamente quién, creó un blog llamado «Libertad para Emanuel, Clara y todos los secuestrados» y emprendió una decidida campaña convocando a la liberación de Emmanuel, el niño que fue engendrado por su madre en una de las miles de desesperadas horas en las que ha permanecido secuestrada por guerrilleros de las Farc. Yo me uní a la causa del blog y hoy quiero ser una multiplicadora del deseo de convocar alguna muestra de humanidad por parte de sus secuestradores.

Este niño, que se gestó y nació en cautiverio, hoy cuando tiene tres años de edad, no sabe que solo conoce el cautiverio, porque su madre, Clara Rojas, fue secuestrada hace cinco años, y hoy, junto con su pequeño niño, todavía sigue encarcelada en algún recóndito paraje de las selvas colombianas.

Para mí Emmanuel es un símbolo conmovedor de este infierno en el que vivimos. No se trata solo de Ingrid Betancourt, de Clara Rojas y de su hijo Emmanuel. Según cifras oficiales, se trata de las 3142 personas que permanecen actualmente en cautiverio aquí, en mi país (de ese total 33 son menores de edad) y que forman parte de las 23 329 personas que han sido secuestradas en Colombia en los últimos 10 años.

Solo un verdadero sicópata es capaz incurrir en actos de crueldad y barbarie como los que padecen los secuestrados que, con lujo de detalles, describió hace poco el policía John Frank Pinchao, quien logró fugársele a las Farc luego de que había permanecido en sus cepos selváticos, secuestrado desde el primero de noviembre de 1998, hasta el pasado 24 de abril. Las humillaciones que vivió Pinchao junto con los otros secuestrados con los que compartió las cadenas que todas las noches los captores les ponían en el cuello, para que no escaparan, son denigrantes; son cosas que no me habría atrevido a hacer ni siquiera con mis perros, cuando los tuve. Pinchao, que vivió ésto, también vio surgir la vida en medio del infierno, porque con sus propios ojos conoció a Emmanuel.

Este país es como el personaje de un cuento de terror, que tras un hermoso rostro oculta un engendro letal. Vivimos formas de violencia inimaginables y, lo peor, hay muchos niños delante de la línea de fuego.

Si tan solo los que formamos parte de la sociedad civil lográramos conformar un verdadero movimiento, una gran masa con el poder de una invasión de langostas, de un enjambre de abejas africanizadas o de un orgánico cardumen de peces; que nos uniéramos para reclamar en voz alta no solo libertad para los secuestrados, sino también protección para los derechos de los menores (los secuestrados, los de las clases populares y los de la calle), tal vez lograríamos crear un verdadero grupo de presión como los que espontáneamente surgen en tantos lugares del mundo y conseguiríamos algo.

Porque en la zona rural colombiana la sociedad civil está parada en medio de la línea de fuego cruzado entre la guerrilla, los paramilitares, los mafiosos y el ejército.

Emanuel merece paladear el sabor de la libertad y la vida digna. Y con él todos los menores y los mayores que permanecen secuestrados como botín de guerra o como mercancía con valor comercial, no solo en poder de la guerrilla, sino de los paramilitares, los mafiosos y la delincuencia común.